Necesitamos menos cinismo y más compromiso. Menos sarcasmo brillante y más voluntad de mejorar lo que hay.

La trampa del ideal


Vivimos atrapados en una idea venenosa: que solo lo perfecto merece nuestra atención. Que, si una solución no lo resuelve todo, entonces no sirve para nada. Esa forma de pensar tiene nombre: la falacia del Nirvana. Y es más común de lo que creemos. La escuchamos cuando alguien dice “¿para qué votar si todos los políticos son corruptos?”, o cuando alguien afirma con suficiencia: “eso no cambia nada”. Es una idea disfrazada de inteligencia, pero en el fondo es miedo a actuar.

La falacia del Nirvana paraliza. Nos hace creer que es mejor no intentar nada antes que avanzar a medias. Nos empuja a una lógica estéril del “todo o nada”, como si la historia de los pueblos se construyera solo con grandes revoluciones y no con pequeños gestos, reformas parciales, decisiones imperfectas. Pero el mundo cambia precisamente con esos movimientos modestos. Reciclar una botella no detiene el calentamiento global, pero forma parte del cambio. Crear una ley no elimina la injusticia, pero traza un camino. Educar no transforma todo de inmediato, pero abre grietas en el muro.

En este contexto también aparece otra trampa: el discurso del “emprendimiento”. Nos venden la idea de que todo cambio debe venir desde la iniciativa individual, como si el éxito fuera solo cuestión de voluntad. Pero el emprendimiento, cuando es impuesto como ideología, encubre la desprotección del Estado, la desigualdad estructural y el abandono colectivo. Se nos dice que hay que "emprender", pero no se habla del terreno desigual sobre el que cada quien corre esa carrera.

Aceptar soluciones viables, aunque incompletas, es un acto de madurez política y ética. No hay que confundir el espíritu crítico con el cinismo que desprecia todo esfuerzo porque no alcanza la perfección. Esa exigencia del ideal absoluto se vuelve excusa para no comprometerse con nada. La crítica válida no es la que se burla de cada intento, sino la que mejora lo posible.

Lo que necesitamos es voluntad de implicarnos en el mundo real, no de refugiarnos en la queja o en la burla. No se trata de glorificar lo mediocre, sino de entender que toda transformación es proceso, y que cada paso cuenta. Renunciar a actuar porque algo no es ideal es otra forma de resignación. Y ya estamos demasiado llenos de eso.


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