En tiempos donde la opinión pública se rompe en posiciones políticas, las instituciones se cuestionan y los líderes enfrentan una creciente deslegitimación , hablar de confianza en la política no solo es adecuado: es necesario.
La confianza es el cimiento oculto de cualquier sistema democrático. Sin ella, el sufragio se transforma en un acto cotidiano, la implicación disminuye y las promesas de "transformación" pierden relevancia. Cuando los ciudadanos confían en sus líderes, en las entidades públicas y en el proceso político, se genera un maravilloso círculo de conversación, edificación colectiva y capacidad de gobierno. Sin embargo, cuando esa confianza se desmorona, el resultado es desordenado.
Hay una frase que describe su fragilidad con dolorosa exactitud:
“La confianza tarda años en construirse, segundos en romperse y toda una vida en recuperarse.”
En el ámbito político, esto sucede cotidianamente. Una falsedad, un acto corrupto, una promesa no cumplida... y todo el trayecto realizado se desmorona. Ya que las personas no olvidan con facilidad cuando se sienten traicionadas, en particular por aquellos a quienes seleccionó para representar. Sin embargo, también existe un aspecto optimista: la confianza puede ser restaurada. Sí, cuesta. Necesita claridad, consistencia, humildad y tenacidad. Un líder que admite fallos, que asume responsabilidades y que escucha con sinceridad, puede recuperar el respeto que perdió. No solo se refiere a la imagen o a "mostrarse en redes", sino también a un compromiso ético con lo público.
Desde el lado ciudadano, también hay una responsabilidad. No basta con exigir: hay que participar, informarse, cuidar lo colectivo. La confianza se construye en doble vía.
Y es que, al final, la política no debería ser un juego de intereses, sino un puente entre sueños colectivos y decisiones reales. Y ese puente solo se sostiene si está construido sobre la base firme de la confianza.