mujeres desaparecidas COINCIDENCIAS

¿MAS COINCIDENCIAS?


Inquietante. Esa es la palabra que no ha dejado de resonar en mi cabeza desde ayer. Inquietante el eco de las coincidencias, inquietante el silencio en medio de tantas preguntas, inquietante también lo que no estamos viendo —o lo que no queremos ver—. Ayer publiqué una nota en mis redes sociales y en mi columna habitual en El Universal, un espacio que suelo reservar para temas más esperanzadores, más luminosos. Pero esta vez sentí la necesidad —la responsabilidad— de usarlo para algo más urgente: compartir mi preocupación por los casos de mujeres desaparecidas en Cartagena bajo circunstancias alarmantemente similares.


La publicación se hizo viral. Una palabra que nunca he disfrutado usar. No busco viralidad. Nunca lo he hecho. Los que me conocen lo saben bien: ni la fama ni el dinero me interesan. He estado cerca de ambas, las he visto de frente, incluso he bailado con ellas en algún momento. Pero siempre terminamos yendo por caminos distintos. Mi único interés con esta publicación fue, y sigue siendo, aportar un poco de luz, abrir una conversación, y sobre todo, acompañar desde la palabra —que es lo único que tengo— a las familias que atraviesan este dolor desgarrador.
 

La viralidad, sin embargo, trajo algo valioso: pistas. Comentarios, mensajes privados, voces de otros lugares del mundo que se sumaron a este rompecabezas. Gracias a mi suegro, Ulises Munera, y a otros amigos que se encuentran en Punta Cana, supe de un caso que tiene demasiadas similitudes con los que mencioné anteriormente. Se trata de Sudiksha Konanki, una turista de la India que, como cualquiera de nosotros, solo quería disfrutar de las bellezas del Caribe. Pero desapareció sin dejar rastro. Bueno, no del todo: quedaron sus chancletas y su salida de baño. Y de nuevo, las chancletas. ¿Coincidencia? Tal vez. Pero ya no son una ni dos. Son muchas.
 

Desde Punta Cana hasta Cartagena hay poco más de 1.180 kilómetros de costa. Un trayecto que puede hacerse por vía marítima en menos de una semana. La seguridad en ese corredor marítimo se concentra principalmente en el combate al narcotráfico. Pero, ¿y si alguien más estuviera aprovechando esa ruta para moverse con otras intenciones? ¿Y si hay alguien que, en lugar de cargar mercancías, está recolectando víctimas?
 

No quiero con esto sembrar el pánico, ni mucho menos desmeritar el esfuerzo que hacen las ciudades por mantener a flote el turismo, que es fuente de vida para miles de familias. Pero no podemos taparnos los ojos. No podemos seguir mirando hacia otro lado cuando las pistas están allí, cuando las coincidencias ya son demasiadas. Y sobre todo, cuando las familias siguen esperando respuestas que no llegan.
 

Este aporte lo hago con la más profunda solidaridad. Le pido a Dios que estas mujeres aparezcan, que regresen a casa, que sus madres, hermanas y demás familiares puedan volver a abrazarlas. Yo también soy padre. Tengo dos hijas. Y si algo les llegara a pasar, honestamente, no sé si podría soportarlo. Por eso escribo esto. Por ellas. Por las que están, por las que no, por las que aún podemos salvar.
 

¿Están conectadas estas desapariciones? No tengo las pruebas, pero tengo la duda. Y como dicen en el sistema judicial estadounidense —una frase que bien puede aplicarse en cualquier parte del mundo—, una persona solo puede ser condenada cuando se pruebe más allá de toda duda razonable su culpabilidad. Pero hoy propongo usar esa lógica del otro lado: mientras haya dudas razonables, mientras haya patrones, mientras las piezas empiecen a encajar, lo mínimo que podemos hacer es observar con atención. Porque quizás no podamos probarlo aún, pero tampoco podemos ignorar que todo esto, al menos, es inquietante. Y esa inquietud, ojalá, nos mueva.

Cj Torres


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