Gómez +
En un chat de la familia Leongomez, una prima barranquillera preguntó si había habido escritores en la familia y si los había hoy en día. En la familia hubo dos personas destacadas en el arte de escribir: Josefa Acevedo y Gómez de Gómez (1803-1861), hija del Tribuno del Pueblo, que fue la primera escritora de la recién fundada República; y, su nieto, Adolfo Leongomez (1857-1927), quien fuera poeta, periodista y dramaturgo. De la tatarabuela publico hoy lo que considero el primer poema feminista escrito en nuestro país:
El Cabrón
Preguntaban cierto día
a un cabrón sus compañeras
¿Por qué él libertad tenía
y eran ellas prisioneras
¿Por qué él doquiera buscaba
los pastos a su elección
y a ellas solo les pasaba
una medida ración?
Las leyes, dijo el maldito,
os marcan vuestro deber,
violarlas es un delito
y es preciso obedecer.
Replicó entonces su esposa:
¿y por qué las quebrantáis
y en tan importante cosa
tan mal ejemplo nos dais?
Tus reflexiones me ofenden,
el grave cabrón le dice:
las leyes no me comprenden
porque yo mismo las hice;
y aunque la justicia tuerza
ya de este o del otro modo,
mis barbazas y mi fuerza
me autorizan para todo.
Por último, no te asombres
(Concluyó el sabio profundo)
Que esto mismo hacen los hombres
legisladores del mundo.
León +
Por su parte, Adolfo Leongomez fue un escritor liberal muy combativo en la época de los gobiernos conservadores, lo que le valió variadas estancias en el Panóptico (hoy Museo Nacional) en Bogotá y un encierro en el leprocomio de Agua de Dios, donde falleció a pesar de no sufrir la terrible enfermedad de ese entonces. Este es un poema suyo, que musicalizado por Victor Valencia Nieto es hoy un pasillo:
En la cruz
“Dicen que cuando Cristo agonizaba,
llegó desde Occidente,
en medio de las auras vespertinas,
a posarse en la cruz ensangrentada,
un enjambre de errantes golondrinas.
Y cuando el populacho enfurecido,
colmó al mártir de escarnios y salivas,
el sol horrorizado,
cerró sus ojos y enlutó sus galas,
las aves compasivas,
en torno al moribundo revolando,
de sus sienes divinas,
sacaban con sus picos las espinas,
y enjugaban la sangre con sus alas.
Y en recuerdo de aquello desde entonces,
cuando en cruz de dolores,
clava la humanidad ingrata siempre,
a los que por su bien son luchadores
el mártir del calvario les envía,
consuelo y esperanzas,
cual bandada fugaz de golondrinas,
a arrancarles del alma las espinas.”
Pizarro
Para terminar, confieso que, como algunos parientes y no parientes, también he cometido versos. Este es —espero— mi último intento en ese campo:
No mi rostro
Vamos
a morir,
de tarde en tarde,
con la segura preñez
de la vida
Nunca me miré en un espejo
No existían
En mi tribu no existían
En mi reino no existían
En mi selva no existían
Existían afuera
Existían en otras tribus
Otros reinos
Otras selvas
No en el mío
Nunca
Me he mirado
En un espejo
Nunca
Solo mis dedos lo conocen a mi rostro,
Las yemas de mis dedos
Las células de mis dedos
Los átomos de mis dedos
Cuando no tenga dedos, desaparecerá mi rostro,
Sin mi rostro no habrá tribus, tampoco reinos ni selvas
Solo nada habrá sin mi rostro
Mi rostro
no lo conozco
Mi rostro
lo desconozco,
Lo desconocen millones
Que cruce en las calles
Que viaje en buses
Que me ignoraron
Y que ignoré
Mi rostro
No lo conozco
Nadie lo conoce
No es mi rostro