Didáctica y pedagogía en la escuela del siglo XXI: ¿utopías o resistencia?


Es lunes por la tarde en la Institución Perpetuo Socorro, una escuela ubicada en un barrio popular de Cartagena de Indias, inmersa en el caos vehicular de una avenida principal y la bulla de las personas que circulan diariamente por sus lares. Los estudiantes llegan alegres, después de una semana de recogimiento religioso, con los zapatos sucios —algunos caminaron bajo la pertinaz lluvia para estar puntuales a su cita escolar—, pero traen consigo algo más que anécdotas de Semana Santa: traen preguntas pringa moceras como esta:  Profe, ¿por qué la historia y la literatura que nos enseñan no hablan de lo que verdaderamente pasó y pasa aquí en las calles de nuestra ciudad?" me lanza Andrés Felipe, un joven de 16 años, mientras guarda su balón de fútbol. Su pregunta no es casual, todo surge de esa realidad vivida en la escuela desde que entró a estudiar. Hace cinco años, en este mismo salón con paredes agrietadas y descoloridas y con piso ahuecado, se intentó aplicar el modelo por competencias para dizque desarrollar las exigencias del momento histórico de la sociedad. Pero nada ha cambiado.

La teoría prometía "protagonismo estudiantil" o “paidocentrismo,” como dicen los expertos, pero la realidad se encargó de recordarnos que en Colombia la pedagogía no se divorcia de la guerra, de la confrontación, de las fronteras invisibles, en fin, de la violencia cotidiana. Se  emplearon algunos libros viejos y desgastados de tanto uso y abuso que hablaban de situaciones de otros contextos, mientras el barrio en general y cada estudiante, en particular, a pocos metros, viven las violencias, la intrafamiliar, la de pandillas y la del consumo de droga que son sus pesadillas. ¿Cómo enseñar en un contexto sin nombrar el miedo, la zozobra del día a día?  Sin olvidar que allá afuera, a la salida de las clases, los estudiantes tienen que lidiar con pandillas de desadaptados que esperan pacientemente desde las cuatro hasta la hora de salida de los estudiantes sin que haya respaldo de ninguna autoridad.

En las ciudades privilegiadas, el discurso es otro. El Ministerio habla de "competencias del siglo XXI" y de plataformas digitales, de redes sociales, de software y de tecnologías para educar.  Tal vez en la capital, en Bogotá, funciona, pero aquí, en esta escuela central, cuándo comenzará a funcionar? Sí, en esta ciudad, en Cartagena, la hermosa, la bella, el corral de piedra de todos los colombianos y extranjeros, y sus olvidados barrios, donde el internet llega con muchas limitaciones, los profes improvisamos: usamos WhatsApp para enviar ejercicios de matemáticas, de lenguaje, y de sociales, y el tablero de acrílico para desarrollar las clases que requieren ampliación temática. No es lo ideal, pero aquí la didáctica se escribe con marcador y sudor, porque ni los ventiladores sirven ante estos calores insoportables.

Olga Lucía Zuluaga, la historiadora de la pedagogía colombiana, decía que aquí "copiamos modelos finlandeses como si la educación fuera un traje de talla única."  Tiene razón. Cuando llegaron las tabletas donadas por cualquier ONG, los estudiantes las usaron para otras cosas diferentes. Los directivos se ufanaban de la llegada de la tecnología a las escuelas: tabletas y computadores sin servicios de internet, paradojas de nuestro subdesarrollo. Nadie lo había planeado, pero esas “otras cosas” se convirtieron en nuestra mejor clase de producción escrita.  ¿Y qué decir de las políticas de inclusión? En el papel son impecables.  Hace ya unos años, una estudiante con discapacidad auditiva se integró a nuestro colegio. No teníamos cómo hacer para que la joven tuviera la oportunidad de aprender. No había intérprete de este lenguaje, pero Carlos Antonio, un joven de noveno, aprendió señas básicas en YouTube para comunicarse con ella. La inclusión no llegó en un manual, sino en la terquedad de un niño que se negó al silencio.  ¡Paradojas del subdesarrollo! 

Los expertos repiten que "la tecnología es el futuro", pero en esta escuela, aparentemente en la Cartagena bella, la ciudad amurallada el futuro duele. Mientras el ministerio celebra las "aulas virtuales," “las inteligencias artificiales”, “computadores para educar”, entre muchas otras florituras, nosotros peleamos por tener espacios para que los niños y jóvenes puedan recrearse y tener un mejor nivel de vida en todas las dimensiones, desde la recreación, el deporte, la salud y la educación. ¡ Qué ironía! . ¿De qué sirven Moodle, WhatsApp, y todas las aplicaciones existentes si Laura, una de mis estudiantes más brillantes, abandona la escuela para cuidar a sus hermanos y ayudar a sus padres a conseguir la comida de todos los días, trabajando en una venta de comida rápida? 

La pedagogía aquí no es teoría: es resistencia, es realidad contundente para sobrevivir en las adversidades y la estigmatización.  Enseñamos a leer con libros viejos que narran masacres, hechos de una historia sin sentido de héroes y heroínas que nada tienen que ver con una realidad agobiante, y a sumar calculando los días que faltan para que regrese un padre desaparecido o un hijo que se fue al ejército a pelear una guerra que no es suya. No es bonito, pero es real. Y en esa realidad, hasta Freire se queda corto.

No pido lástima, sino coherencia.  Que los doctorados en educación bajen de sus oficinas con aire acondicionado y vean cómo se enseña bajo un árbol. Que entiendan que en Colombia, la didáctica no es un método, sino un acto de dignidad.

Al final, Andrés tiene razón: nuestra historia sí importa. Por eso, hoy cambié la clase de lenguaje. Les pedí que escribieran una carta a los violentos que ahora siembran el terror en las calles del barrio. Algunos, les reclamaron directamente porque están sufriendo el acoso y la amenaza sin saber el porqué siendo de las mismas edades tienen que estar evadiéndolos para no ser violentados en algunos casos . Pero todos pensaron. Y en ese ejercicio incómodo, crítico y desordenado, floreció la pedagogía. Sin algoritmos, sin citas de moda. Solo humanos preguntando, dudando, existiendo.


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