La desaparición de Angie Peña: Otra Mujer que desaparición en el mar.


La desaparición de Angie Peña: Otra Mujer que desaparición en el mar.
El caso que demuestra con pruebas fehacientes que estamos ante una red internacional de trata de mujeres con fines de explotación sexual.
El 1 de enero de 2022, cuando el año apenas comenzaba a desperezarse sobre las aguas turquesas de Roatán, Angie Samantha Peña Melgares desapareció como una estrella fugaz tragada por el mar. Tenía apenas 22 años y una vida llena de sueños todavía latiendo en su pecho.
Ese día, Angie se subió a una moto acuática en las playas de West Bay. Una imagen simple, casi inocente: la juventud celebrando el porvenir, creyéndose invencible entre la espuma y la brisa. Pero en Roatán, como en tantos otros paraísos, hay rincones oscuros que los turistas no alcanzan a ver. Hay corrientes invisibles que arrastran cuerpos, vidas, futuros enteros.
Inicialmente, las autoridades hablaron de un accidente. El mar –decían– podía ser traicionero. Tal vez Angie se había perdido entre las olas, quizá un fallo en la moto la había condenado a la deriva. Su familia, sin embargo, nunca creyó esa versión. Y no porque se aferraran a una esperanza ciega: es que el corazón de una madre, de un padre, de una hermana, sabe cuando la vida se rompe de otra manera.
Pronto comenzaron a surgir pistas, susurros ahogados, testimonios que parecían sacados de una novela oscura. Un turista estadounidense aseguró haber visto a una mujer –cabello oscuro, traje de baño claro, pidiendo ayuda con la mirada– siendo forzada a subir a una lancha en la bahía. Ese detalle, minúsculo pero crucial, lo cambió todo.
Ya no era el mar el enemigo. Era algo más humano y, por eso mismo, más aterrador: una red criminal de trata de personas operando en las entrañas mismas de Roatán. Una organización que no solo cazaba, sino que también vendía y explotaba cuerpos jóvenes, sueños jóvenes. La llamaban los Delta Teams.
Los nombres comenzaron a emerger como cadáveres flotando a la superficie.
Harold Green. William James Murdock. Anthony Frank Grayson. Ciudadanos estadounidenses con sonrisas amables, negocios frente a la playa y manos manchadas de crímenes inenarrables.
Se hablaba de cifras: 10,000 dólares, 20,000 dólares. Como si la vida de Angie pudiera pesarse en dinero. Como si su risa, sus sueños, su familia pudieran comprarse y venderse en un mercado clandestino.
El hotel The Dock Resort, el bar Happy Harry’s Hideaway, los restaurantes Ikigai e Ipanema... Lugares turísticos que escondían, bajo la música y los cócteles, horrores que ahora duelen solo de imaginar. Todos fueron asegurados por las autoridades, mientras los sospechosos escapaban o se escondían entre las sombras.
Pero, a pesar de los operativos, de las alertas amarillas de Interpol, de las capturas parciales, el corazón del caso sigue intacto: Angie sigue desaparecida.
Y con ella, se arrastra el duelo sin cuerpo, la justicia sin respuesta, la herida sin cierre.
La historia de Angie no es un caso aislado.
Se enlaza con otros nombres: Alexandrith, Tatiana, Karina, Sudiksha...
Todas jóvenes. Todas desaparecidas. Todas con la misma textura en sus historias: la promesa de un día cualquiera, una sonrisa desprevenida, una emboscada silenciosa en medio de un Caribe que promete descanso, pero a veces ofrece horror.
No es solo Honduras. Es el Caribe. Es el mundo.
La trata de personas es una herida abierta, una hemorragia silenciosa que no termina de escandalizar como debería.
Hoy, en cada rincón donde una madre espera, donde una hermana reza, donde un padre sostiene una foto ya amarillenta por el dolor, el nombre de Angie Peña sigue pronunciándose en voz baja, como una plegaria, como una exigencia, como un eco que no se resigna al olvido.
Porque buscar a Angie no es solo buscar a una joven desaparecida.
Es buscar justicia en un sistema que muchas veces prefiere mirar hacia otro lado.
Es buscar esperanza en medio de una marea que arrastra.
Es negarse a aceptar que la vida de una mujer pueda desaparecer sin que el mundo tiemble.
Que tiemble entonces.
Que tiemble hasta que vuelvan todas.
CJ TORRES
AGRADECIMIENTOS: A Ulises Munera, a la profesora dominicana Rosanna Salazar y al canal de YouTube: Documentales sobre Crímenes

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